martes, 8 de noviembre de 2011

Indio Froilán



Froilán González es el luthier de bombos más conocido y difundido de Santiago del Estero, su obra ha trascendido no solo las fronteras del país, también las del mundo.








Hace 49 años que Froilán construye bombos y hace 20, al menos, que se ha convertido en el fabricante y luthier más importante del mundo en bombo legüero. Ha expuesto sus trabajos en Bruselas, Madrid, París, Amsterdam e Inglaterra (donde Peter Gabriel lo hizo participar del Reading Festival) y lo han premiado en todo el país. Ha hecho bombos para Divididos, Los Wawancó, Los Carabajal, Horacio Guarany, Mercedes Sosa, Raly Barrionuevo, León Gieco, Jairo, Los Tekis y el Chango Nieto, entre una infinita lista de artistas y, sin embargo, nada ni nadie lo despega del pago: un paraje 12 kilómetros distante de la Capital de Santiago del Estero (La Boca del Tigre), donde enclava el patio-casa-taller de tres hectáreas en el que, cada 17 de julio, se hace la multitudinaria marcha de los bombos, y donde cada domingo, durante todo el año, funciona una de las peñas más coloridas e intensas del país folk. “Ahí nací, ahí vivo y ahí moriré”, sentencia el Indio, mientras delinea a fuego lento las últimas guardas de un bombo que después irá a laqueo. “Se laquea con laca brillante”, apunta Carlos, uno de los sobrinos ayudantes.




Todo empezó en el río Dulce. Froilán y los suyos –pescadores todos– encontraron un tronco de ceibo que bajaba al compás de la pendiente y ocurrió, con esa madera ondeada como base, el primer bombo. “El que hacía el trabajo principal era mi tío Leopoldo, un músico activo que había sido alumno de Andrés Chazarreta. Después empecé yo y apareció algo de trabajo. Pero el problema era que, en esa época, como decía Don Sixto Palavecino, el bombo no era muy solicitado porque cada músico se construía su propio instrumento. Recién con los años y gracias al ‘boom’ del folklore nos empezaron a encargar algunitos... pero vender un bombo legüero costaba mucho”, cuenta Froilán, transpirado y con una faja en la cintura que lo salva y sana del dolor de cintura.


Un bombo Froilán tarda 15 días en hacerse. Una vez que se consigue el ceibo, se lo lleva al patio, se labra la madera a golpe de hacha, se la cepilla y después se la seca a fuego lento. “Esto puede durar cuatro o cinco días”, dice Carlos. Luego del secado, viene el trabajo fino: cepillado y afinación por dentro para sacarle al cilindro todas las astillas internas. “No tiene que quedar ninguna, porque si no el bombo vibra”. Froilán y los suyos están trabajando en un contexto que, aun con patio de tierra mojado, bombos colgados en los árboles y guitarreada, no llega a status de réplica del de Santiago. “Allá vivimos y trabajamos con 12 perros alrededor que comparten la comida con las gallinas, y un hornero justo arriba de mi lugar preferido. En el monte yo tengo todo. Me meto, saco el arillo para cortar los parches; la naturaleza te da todo: salud, aire, el canto de los pájaros, todo”, añora Froilán, como buen santiagueño, y los pájaros lo llevan al crespín... y el crespín a cuando León Gieco y Gustavo Santaolalla anclaron De Ushuaia a La Quiaca en su patio para dejar registrado “El cardón”. “Fue increíble, porque llegaron justo en octubre, la época en que el crespín empieza a cantar, poco antes del día de las ánimas y cuando se escuchan las primeras vidalas en Santiago. El canto del crespín quedó grabado en el disco, y también el bombo que toco yo.”